Aquella noche llegué al bar donde, como cada viernes, me reunía con mis amigos para, entre Presidente y Marlboro, deshacernos del stress de la semana. Aquella noche llegué al bar; sentado en nuestra mesa estaba Él; y ahí empezó todo.
Sentado en aquella mesa, con su cabello perfectamente imperfecto y descuidado, quedé irremediablemente prendada. Había algo en Él que comenzaba en sus ojos, ligeramente entrecerrados y negros como la noche, tan envolventes como olas. Esos ojos no dejaban de mirarme y no me dejaban respirar.
Dibujé con la mirada los contornos de su cara. Desde el nacimiento de su cabello, pasando por sus cejas semipobladas y ligeramente curvas, su nariz perfecta, y esa tímida sonrisa grabada en sus exquisitos labios.
Estuve varios minutos totalmente inmóvil, limitándome a observarlo, hasta que un movimiento en busca de un cigarro me sacó de mi letargo. Él, extendió su brazo hasta el bolsillo de la camisa, en busca de una caja de de Marlboro Lights. Convirtió el simple acto de encender un cigarrillo en todo un espectáculo de arte y seducción frente al cual Rubirosa se hubiera sentido como un niño indefenso y mortalmente herido. Lentamente se llevó el cigarro a la boca, la cabeza levemente ladeada, el encendedor en la mano izquierda y la derecha cubriendo el fuego del viento.
Había algo en Él que me había seducido. Algo embrujador en su forma de mirar, algo en extremo excitante en esa manera de decir “Mucho gusto” y estrechar mi mano con una suave firmeza.
Según fue pasando la noche, se fue desarrollando una especie de extraña magia entre nosotros. Nos mirábamos, nos rozábamos casualmente, en más de una ocasión me hizo comentarios al oído.
Todo parecía transcurrir de maravilla, y yo me sentía en las nubes, hasta que llego El Otro. Saludó a todos, se sentó a su lado, le acarició el pelo, hizo uno que otro comentario mientras yo mirada totalmente confusa y aturdida.
La química especial, que mis amigas también creyeron percibir, desapareció sin más. De repente me sentí desplazada y decepcionada, y me resistía a dar crédito a lo que estaba pasando.
Luego de un rato y varios vasos de cerveza, no me quedó más remedio que resignarme: Él no sería para mí; ya era de otro. |
tú tienes el... el... como es que se llama eso? Ah si! el Gaydar defectuoso.